lunes, 12 de mayo de 2008

Confidencias Peligrosas/Libro de Rafael Loret de Mola

Confidencias peligrosas...



Este es un fragmento del libro:
Confidencias peligrosas
Rafael Loret de Mola
Editorial Océano 2002

Tiempos de Barbarie

La confidencia sobrepasa mi capacidad de asombro. Cuenta su versión quien fuera custodio y chofer de Diana Laura Riojas de Colosio durante las amargas jornadas de Marzo de 1994:

-Varias veces la señora me pidió que la llevara por la carretera al Desierto de los Leones, en las afueras de la ciudad de México. Íbamos solos, sin escolta, a solicitud expresa de ella.

-¿Lo sabía su esposo, Luis Donaldo?

- -Bueno no creo que se lo contara. Nos dirigíamos siempre hacia una casa en medio del bosque. Y me pedía que la aguardara afuera. Media hora más tarde llegaba otro vehículo, igualmente sin escolta, en el que viajaba, sólo con un auxiliar, Carlos Salinas de Gortari.

-Es difícil creer que el presidente de la República pudiera librarse de su Estado Mayor incluso para una diligencia privada…

- -A la casa iba solo, eso puedo asegurárselo. Y permanecía con la señora un poco más de dos horas.

Entre quienes se han acercado a las indagatorias sobre el crimen de Lomas Taurinas es evidente que, de tratarse de un episodio marcado por la barbarie política e inducido desde la cúpula del poder, el eslabón faltante en la escalada brutal de la autoría intelectual no pudo ser otro que alguien muy cercano al excandidato presidencial priísta, de confianza en la intimidad, capaz, si no de traicionarlo abiertamente, sí de dar cuenta de decisiones, temores y proyectos.

-Aquella noche de principios de Marzo –explica quien fuera responsable también de la seguridad de Diana Laura- , la señora salió descompuesta luego de su encuentro con Salinas. Daba pasos apresurados y mantenía las manos sobre el rostro. Subió al coche y no me dijo nada, ni siquiera a dónde quería ir. Decidí ir hacia su casa de San Ángel.

-¿Cuál era su estado? ¿Sollozaba?

- -No dejaba de llorar y repetía algo que no puedo olvidar: “Dios mío, ¡Qué le he hecho a Donaldo!”.

-Como si se arrepintiera de algo.

- -Yo intente tranquilizarla y le pregunte si deseaba detenerse para comprar algún calmante. No quería, hasta que, por fin, con la voz muy apagada, me pidió que le consiguiera un whisky.

- -¿Bebía con frecuencia?

- -No. Por eso me extrañó. Bajé a comprar una botella en una vinatería que nos quedó de paso; también unos vasos de plástico. Volví al vehículo y le serví hasta la mitad del vaso. Tomó un largo sorbo y volvió a soltar el llanto sin parar. Fue entonces cuando, mirándome, pronunció una frase que no entendí entonces: “Hoy, escúchame bien, he abierto la tumba de Donaldo”. La repitió tres veces […] hasta que llegamos a la base.

- -¿No intentó usted averiguar un poco más?...

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